lunes, 3 de diciembre de 2007

QUÍMICA

LA TINTA NO ENGAÑA

Dos investigadores de la UB analizan la química de los billetes de euro para detectar sin error las falsificaciones

Quienes falsifican billetes de euro han topado con un enemigo inesperado y considerado infalible: la química. Dos investigadores de la Universidad de Barcelona, José Francisco García y Anna Vila, han encontrado un nuevo sistema para detectar billetes falsos que se basa en el análisis de su composición química.
El aparato ya se conocía y tiene un nombre complicado: espectroscopio de infrarrojos. La aplicación es sencilla. "Se emite un haz de luz que interacciona con los materiales de la superficie. Parte de la luz regresa y obtenemos un espectro en la pantalla del ordenador", explica García, que además de químico es profesor de pintura.
Vila introduce en el microscopio uno de los billetes falsos de 50 euros que les facilitó la policía científica para llevar a cabo la investigación. En poco más de un minuto, aparece una especie de gráfico irregular en el monitor. A continuación, carga los datos de un billete auténtico, de los que emite el Banco Central Europeo. El resultado salta a la vista: las dos líneas siguen rutas completamente divergentes. "¿Lo ves? El malo tiene ruido de fondo", dice Vila.
Dicen que este sistema tiene tres ventajas. La primera, que es rápido. La segunda, que no es "destructivo", ya que otros procedimientos requieren tomar un trozo del billete y disolverlo. Y tercero: que nunca falla. Al menos eso sostiene García: "No me cabe en la cabeza que alguien pudiera averiguar la composición química. ¡Sería casi como acertar la fórmula de la Coca-Cola!".
Los investigadores emplean el infrarrojo en cuatro zonas del billete: el color azul de la bandera de la Unión Europea, el holograma, el espacio en blanco en el lateral del billete y las iniciales del BCE en cinco variantes lingüísticas.
"Algunas veces pueden aproximarse en el azul, o incluso tener suerte en el plástico del holograma. Pero con las cuatro pruebas resulta infalible", dice Vila.
La clave, según explican, está en la tinta, que de hecho es el "material de superficie" que se analiza. Han estudiado billetes emitidos desde cuatro países distintos: Francia, Alemania, Italia y España. Y pese a las distancias geográficas, los espectros que generan son todos idénticos entre ellos. Incluso entre billetes de distinto valor. Los investigadores tienen una hipótesis: "Creemos que toda la tinta que se utiliza se fabrica en el mismo lugar, aunque el BCE no ha querido confirmar si esto es cierto o no", explica García.
La detección de billetes falsos es sólo una aplicación colateral de una tesis que prepara Vila desde hace cuatro años. En realidad, el estudio estaba enfocado al análisis de grabados artísticos contemporáneos. A veces, los estudios de los expertos, aunque conozcan muy a fondo a un autor, resultan insuficientes. Es entonces cuando se recurre a investigar la composición química.
Algo similar ocurre con los billetes de euro. Según explica García, la mayoría pueden detectarse a simple vista, o a través del tacto, o con un simple fluorescente ultravioleta de los que hay en los hipermercados. Cuando se esmeran más, los falsificadores utilizan papel de algodón. "Así pueden lavarlo y dar al billete una apariencia de vejez que resulta muy útil", dice García. Pero nada del otro mundo.
La aplicación desarrollada por estos dos investigadores de la UB aún no es de vital importancia. Por eso, las policías científicas no la han adoptado. García lo tiene claro: "La tienen como stock. En el caso de que las falsificaciones mejoren mucho en el futuro, ésta es una tecnología límite". Por cierto que, aunque la composición química es exacta a las demás, parece ser que los franceses imprimen algo peor sus billetes


ENTREVISTA: ROY GLAUBER Premio Nobel de Física 2005

"Si no midiéramos las oscilaciones de los átomos no tendríamos GPS"

A los 82 años este pionero de la óptica cuántica sigue trabajando en las fronteras de la física, más de 60 años después de haber participado en el Proyecto Manhattan
La conversación con el Nobel de Física 2005 Roy Glauber, neoyorquino de 82 años, transcurre punteada por sus carcajadas al final de casi todas las respuestas, incluso cuando habla de temas abstrusos. El entrevistador no siempre capta el chiste, hasta que se da cuenta de que la risa de este octogenario pionero de la óptica cuántica, en plenitud de facultades y activo en los ámbitos más punteros, proviene del placer intelectual que le proporciona enfrentarse a una propiedad de la materia aún no explicada, o a un problema matemático, asuntos que le trajeron recientemente al Instituto de Ciencias Fotónicas de Barcelona. Este tono jovial de Glauber cambia a una voz grave, sin embargo, cuando irrumpe el tema del Proyecto Manhattan, la iniciativa secreta que dio lugar a una bomba atómica. Glauber fue uno de los miembros más jóvenes de ese grupo de reclutas genios de la física. Se incorporó con 18 años recién cumplidos.
Pregunta. ¿Está satisfecho de haber participado en el Proyecto Manhattan?
Respuesta. Pienso que fue necesario. La motivación de nosotros los científicos se debía a la guerra en Europa y al conflicto con Hitler. No creo que ninguno se hubiera unido al proyecto a causa de la guerra con Japón, porque los japoneses no eran una amenaza comparable. Los alemanes seguramente sabían tanto como nosotros sobre la energía nuclear y, por tanto, era necesario conseguir la bomba primero, porque a medida que ellos iban perdiendo la guerra, si la tenían antes no se mostrarían nada sentimentales a la hora de usarla y con ella evitar su probable derrota. Los científicos no fuimos informados por los militares de que la primera bomba ensamblada se enviaba al Pacífico, y cuando el 6 de agosto de 1945 nos enteramos de que había sido usada, fue un gran choque para todos. Se ha escrito que hicimos una gran celebración, pero no es verdad; no hubo celebraciones ni nada similar hasta tres días más tarde, cuando se anunció el final de la guerra.
P. ¿Cómo pudo llegar allí tan joven?
R. Tanto que resultaba un auténtico freak en aquel grupo [risas], aunque los demás también eran bastante jóvenes, muchos entre los 24 y los 28, y la mayor parte estaba allí por razones idealistas. La única justificación de mi presencia allí eran mis matemáticas. En Harvard, me había saltado varios cursos intermedios poco interesantes para estudiar los más avanzados antes de que se interrumpiesen por la guerra. En Los Álamos me integraron en la división de física teórica. Allí realicé cálculos sobre la difusión de neutrones, la manera en que los neutrones se multiplican en una reacción en cadena.
P. ¿Le costó reintegrarse a la vida cotidiana al acabar la guerra?
R. Fue chocante. Volví a convertirme en un estudiante universitario de Harvard. Tras haber contado con hasta cinco personas que trabajaban para mí realizando los cálculos menos importantes, de repente me lo tenía que hacer yo todo otra vez.
P. Pero eso es algo a lo que debía estar acostumbrado. Usted se fabricó su propio telescopio con 12 años.
R. ¡Fue un gran proyecto! Me llevó un año entero. Y lo hice sin gastar un solo dólar. Todavía lo conservo, aunque no sé si será muy útil. Sí resultó decisivo para que me hiciera científico, porque mi pasión era construir instrumentos ópticos. Antes que el telescopio había fabricado un aparato que polarizaba la luz, y curiosamente sería la teoría sobre cómo contar fotones la que me premiaron con el Nobel.
P. En el Instituto de Ciencias Fotónicas está colaborando con el físico Maciej Lewenstein para resolver un enigma físico y matemático. ¿De qué se trata?
R. De los átomos ultrafríos, un estado de la materia muy interesante gobernado por unas matemáticas muy extrañas. Sabemos que la materia no sólo consiste en partículas, sino también en ondas. A temperaturas ultrabajas, estas ondas dominan las propiedades de la materia. En este entorno, la dificultad consiste en medir propiedades intrínsecas de las partículas, y eso es lo que intentamos hacer. Las partículas tienden a comportarse bajo dos patrones diferentes: unas se agrupan, los bosones, y otras se mantienen separadas, los fermiones. Pues bien, estas últimas tienen unas relaciones entre ellas basadas en ecuaciones muy raras, que son las que queremos desentrañar.
P. ¿Cuál es el principal obstáculo para conseguirlo?
R. Que están gobernadas por un tipo de álgebra en la que, por ejemplo, se utilizan cantidades que cuando las elevamos al cuadrado obtenemos un cero. ¿Se imagina usted algo cuyo cuadrado sea cero? ¡Eso es que no existe, que no es cierto! [estalla en una carcajada].
P. ¿Tendrá algún impacto sobre nuestra vida cotidiana que ustedes comprendan las leyes de estas partículas?
R. La medición de las oscilaciones de los átomos es la base de los relojes atómicos, que son los que calculan el tiempo con mayor exactitud. Y sin relojes atómicos, hoy no tendríamos GPS en nuestros coches, porque el GPS es el resultado de los desarrollos en relojes de extrema precisión, junto con los avances en tecnología de satélite. Si queremos hacer mejores GPS, necesitamos mejores relojes atómicos, y éstos los podemos conseguir comprendiendo mejor el comportamiento de los átomos ultrafríos.
P. En paralelo, lidera otros proyectos de investigación.
R. Mi principal proyecto es intentar descubrir cómo la materia irradia luz. Hay situaciones que no acabamos de entender.
P. Está considerado un maestro de las matemáticas. ¿Se siente tan matemático como físico?
R. A nosotros los físicos siempre se nos escapa algo en la comprensión del mundo real, por eso formulamos aproximaciones. Para los matemáticos, en cambio, una aproximación no es más que una colección de mentiras; ellos buscan la verdad absoluta.
P. ¿Y, para cálculos complejos, los ordenadores le ayudan?
R. En absoluto. Mi trabajo consiste en crear ecuaciones y comprender el significado que tienen; en esto los ordenadores no aportan nada. Sólo son máquinas capaces de realizar operaciones estúpidas y, eso sí, llevarlas a cabo un infinito número de veces. Continúo trabajando con lápiz y papel.

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